El rescate II
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Esta tarde entró por mi ventana un moscardón verde tan grande que pude ver como en su pata tenía tatuado "amor de madre (L)". Fui rápidamente al armario de los productos de limpieza buscando algún insecticida que me permitiera acabar con tan tremendo bicho. Y ahí encontré ese repelente para moros que compré cuando planeaba aquel rescate a Miguelage. Recuerdo que aquel día sonó el teléfono de casa...
- Yo: ¿¿Digamelón??
- Miguelage: Emeá, te he estado llamando al móvil pero no me lo has cogido. Gracias por todo tío, despídeme de todos de mis partes y dile a mi abuela que siento haber llamado varias veces a sus amigas mientras me masturbaba.
- Yo: Tío, se me ha debido caer, no lo encuentro. ¿De qué hablas?, déjate de cachondeo. ¿dónde estas?.
- Miguelage: Emeá, estoy metido en un lío muy gordo. Hay moros, metralletas y cagadas en el maletero de un Audi a4. He llamado a JD pero estaba ocupado, y Dieguito lleva desaparecido desde que se puso mortadela en los sobacos y meó en los lavabos. Así que te toca venir a por mí. Estoy en el 742 de Evergreen perras.
-Yo: Voy inmediatamente.
Me vestí tan rápido como pude para salir lo antes posible, pero entonces recordé que él siempre me había hecho esperar a mí. Nunca llega puntual el "hijolagranputa". Eso se juntó con que yo tenía bastante hambre así que ordene a mi madre que me preparara un huevo frito con patatas. Mientras comía recordé todas esas películas de mafia china, portuguesa, rusa e italiana, pero no recordaba ninguna mafia de moros. Aun así, era evidente que había que tener mucho cuidado.
Ahora sí estaba listo. Vestido, con el estómago lleno y con tremendas ganas de repartir patadas en la boca a la mafia al más puro estilo Brigante.
Mientras corría en busca de mi socio, sonó el teléfono de una cabina (sí, ya sé que esas cosas solo pasan en las películas pero…). Lo cogí y resultó ser JD, que me pidió por favor que le llevara la moto al taller; el problema, evidentemente, era de los putos manguitos.
Una vez subido en tremenda jaca apreté el puño y salí con las ruedas derrapando. Aun saltándome 3 semáforos en rojo no conseguí tardar menos de 7 u 8 minutos, demasiado tiempo teniendo en cuenta que la vida de mi compañero corría peligro. Cuando llegué a Eveergreen Perras vi como Miguelage intentaba escapar de una gran pelota de Pakistaní.
- Miguelage: Tío, ¿Y esa moto?
- Yo: Me la ha dejado JD, que se sentía culpable y quería compensarte.
- Miguelage: ¡Qué grande JD!...Tenemos que huir hacia alguna playa, no hay moros en la costa. Bueno, arranca, no hay tiempo para más, ¡el moro nos va a matar a los dos!
- Yo: ¿Cómo? ¿Que el moro qué?
Esas palabras rebotaron en mi cabeza un par de veces y no lo dudé ni un instante. Ahora si que me habían hecho enfadar...
Te imaginas que...¿¿¿
Te imaginas que…
Llegas a tu casa a las 2 de la mañana después de haberte metido un serranito de jamón, huevo y lomo “adobao” con ganas tremendas de... esto, hacer de vientres. Pero esto no es una cagada cualquiera (si sabes conjugar ese tiempo con el verbo hacer de vientre dame un toque), esto era la cagada de tu vida. El mayor cicatee que has plantado y vas a plantar en tu existencia. Te quedas hasta a gusto.
Pero toda esa sensación de placer y felicidad se convierte en incomodidad y fatalidad cuando al echar mano de papel te das cuenta de que del royo de papel higiénico no queda ni el cartón.
Buscas entre los muebles de tu cuarto de baño, de tu cocina, de tu pasillo y por fin encuentras esa bolsa llena de esponjosos rollos de papel. Por fin consigues limpiarte el culo y estas dispuesto a tirar de la cisterna y meterte en la ducha y notas que falta el ruido de la cisterna. La cisterna no va. Ya con el culo limpio y los calzoncillos subidos buscas un baño en el que poder echar agua para precipitarla sobre esa tremenda obra de arte mientras te quedas pensando que, posiblemente, jamás verás otra igual… ???
Yo sí...