Cuestión de costumbres. O no...

Alguien me contó una vez que en la vida no existían ni vicios, ni amores. Me resultó curioso, algo que todo el mundo da por echo que está ahí, que de hecho muchos creemos vivir en el día a día, llega un loco y lo desmiente. Y no solo la desmiente, sino que argumenta su pensamiento de tal forma que suena hasta convincente.
De esta forma, según él, el tabaco por ejemplo no es un vicio, sino una mala costumbre. La costumbre de terminar de almorzar y echarte tu cigarrillo; o la de encenderte otro mientras esperas el autobus, en los momentos de aburrimiento. Como también se puede convertir en costumbre el beber cada viernes cuando llega la noche. La costumbre de correr todas la mañanas, de echarte una siesta. O la costumbre de despertarte y pensar en la persona que más quieres, de verla por la mañana y darle un beso; la costumbre de que sea la última persona con la que hablas antes de dormirte. La costumbre de decirle “te quiero” y que ella te diga “yo más”.
Pero puede llegar un momento en que por algún motivo u otro tienes que cortar de raíz esas costumbres. Él dice que son complicadas de quitar, que son hábitos que hemos ido adquiriendo poco a poco durante meses, años incluso, y que no se borran así como así, de la noche a la mañana. Y es que lo que más cuesta, lo que duele de quitarse las costumbres es el dejar un vacío donde antes estaba ese cigarrillo, esa copa, ese “te quiero”

Mi vecina...

Hace ya algunas semanas llegó a mi bloque de pisos una nueva vecina, concretamente al piso que está justo debajo del mío. Se trata de una chica alta, guapa, rubia y con una bonita voz. Esto último lo compruebo cada vez que la escucho gemir mientras rechinan los muelles de su cama. Efectivamente, es puta.
El otro día, cansado ya de jugar al Pro, eche a mi primo de mi casa y preparé una tarta de chocolate con higos chumbos. Me preparé para la ocasión enfundándome mi pijama de gala y me eché esa colonia que siempre se echaba mi abuelo antes de ir a sus citas a ciegas (la colonía tiene que ser buena porque siempre que la usaba se ligaba a 2 putas). Así que me puse mis zapatillas, cogí la tarta y me dispuse a bajar a camelarme a mi vecinita.
Ding-dong…
-Vecina: ¡Hola! ¿Qúe tal? ¿Puedo ayudarte en algo?
-Yo: Pues… Sí… Verás, hoy es mi cumpleaños y mis amigos no han querido venir porque tienen que estudiar para un examen de música que tienen el miércoles que viene. Y había pensado que… bueno… ya que tú también estás sola… ¿ Quizás podríamos celebrarlo juntos no?
-Vecina: Pues… Sí, por qué no? Hasta dentro de 45 minutos no viene mi próximo cliente.
-Yo: ¡Perfecto!
Me hizo pasar adelante. Primero me enseñó todo el piso. En su dormitorio tenía una inmensa cama redonda y roja y muchos platanos de plastico. Y cuando terminó de enseñármelo todo me hizo pasar al salón. A mi me sudaban las manos más que a Edu haciéndose un cigarrito de liar (dejémoslo ahí). Se sentó ella primero en el sofá y me hizo gestos con la mano invitándome a sentarme junto a ella. Me puse aún mas nervioso de lo que estaba y al entrar en la moqueta me tropecé y me caí con la mala suerte de que le estampé la tarta de chocolate en todo el careto.
Cuando me levanté del suelo y ví como la tarta de chocolate le llegaba hasta las tetas no pude evitar despollarme en su puta cara. Creo que se molestó un poco porque me echó de su casa sin dirigirme la palabra y todabía ni siquiera había llegado su próximo cliente.
Ahora me paso la tarde tirándole a su patio avioncitos de papel con notitas del tipo: “¿Te gustó la tarta de chocolate?, la receta es de mi abuela; “Cuando quieras verme ya sabes donde estoy”; “¡En el 1ºD eh!, por si no lo sabías”; “Sí, si, justo el de arriba tuya”; “¿Y los higos chumbos?”.
De momento no me ha contestado, pero tranquilos, si lo hace, sereis los primeros en saberlo.
.