Emeá y yo siempre hemos sido huérfanos de tatarabuela. Nuestro tatarabuelo era gay y hermafrodita. Un día se practicó una inseminación a sí mismo y nueve meses más tarde se hizo una cesárea en el culo. Así nació Pepín, nuestro bisabuelo. Pepín era antiestético y minúsculo, pero tenía una tranca descomunal. Como los genes se heredan, pues emeá y yo... ya sabéis. La única diferencia que tenemos con Pepín es que nosotros somos grandes y bellos.
Inquietos por conocer más sobre Pepín y otros personajes de nuestra familia, subimos a mí guardilla secreta donde mi madre esconde un baúl familiar. En él encontramos fotos, dientes de oro y una pirámide. Este último objeto nos llamó un poco la atención. Parecía un juego pero cuando lo abrimos...
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Yo: ¡Aaaaah! ¡Tío que te has convertido en mí! - Tenía que estar soñando. Me metí un porrazo en la cabeza con el suelo para ver si despertaba pero no me sirvió más que para dolerme.
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Emeá: ¡Nooo!,¡tu te has convertido en mí! - Observé como mi primo el memo se plagiaba de mi técnica y se metía un porrazo mucho más fuerte que el que me había pegado yo. Después de darse 148 golpes se dio dos más y paró. Me di cuenta de que nos habíamos intercambiado nuestros cuerpos. Por eso cogimos las instrucciones, para saber que teníamos que hacer y como yo no tenía ganas de leer le dije a emeá que lo hiciera él:
Emeá, con mi cuerpo, tiró los dados. Nos flipamos cuando vimos como las fichas se movían solas. En una pantalla salía la prueba que nos tocaba hacer y la primera consistía en ligarnos a las dos tías más buenas del planeta eskoria. Miguelage, (que era emeá), lo tuvo más fácil ya que mi cuerpo es bastante guapo. Yo en cambio lo tuve un poco más difícil con el cuerpo de emeá y tuve que currármelo un poco más. Pero la tía buena cayó en mis brazos cuando le solté: "Yo soy el amigo del guapo"
Y así fuimos prueba tras prueba. Tuvimos que enseñar el ciruelo en medio de un convento de monjas, hacer de mamporrero del caballo más cachondo de todos, practicarle el cunnilingus a una anciana ninfómana de 93 años... Poco a poco íbamos recuperando las partes de nuestros cuerpos. Yo le daba un brazo a emeá, el me daba una pierna y la mitad de un codo, etc. Estábamos reestructurando casi todo nuestro cuerpo. Digo casi todo porque nos faltaba trocar lo más importante, "la chorra".
Antes de la última prueba tuvimos que jugar a la crema del mono ajeno. Quien ganara disfrutaría de todo un metro de banano en la prueba final y el que perdiera se conformaría con un pepinillo. Perdí yo, es decir, el cuerpo de miguelage se llevó el banano.
Llegó la hora de la última prueba. Teníamos 5 minutos para coger a una tía y reventarla. Emeá cogió a una de esas tías guarrillas, que además están más buenas que las chuletas con huevo y patatas, y culminó su tarea sin apenas esfuerzo. Como el cuerpo de mi primo tenía un pene más pequeño, yo me tuve que conformar con reventar a una enana. Terminé vomitando y fue entonces cuando las fichas llegaron al final y gritamos piranyi.
El juego terminó y nosotros recuperamos nuestros cuerpos. Después, decidimos volver a dejar la pirámide justo donde la encontramos. Este juego era una herencia y tenía que seguir pasando de generación en generación.
Si lo pensáis bien el que se comió los chuletones fui yo.
